La otra tarde mientras corregía exámenes en un rincón de mi salón, oí sin querer la estridente voz de un dibujito animado que exclamaba con vehemencia "¡Necesitamos un plan B!".
Solté el bolí rojo, me acerqué al otro extremo de la estancia donde se encuentra el televisor y vi un diminuto animalillo, de apariencia entrañable e indefinida ¿un osito?, ¿un perrito?, que gritaba angustiado porque supongo que le había fallado el plan A.
Parece ser que esta expresión está tan de "ultimísima moda" que ha viajado hasta el paraiso de la infancia; es moda, es tendencia, el último grito, ¿o quizás el último chillido? O es el reflejo de nuestros miedos a lo instantanéo, a lo espontáneo, ¿es inseguridad, tal vez, en nosotros mismos, en nuestras respuestas a lo imprevisto, en nuestra capacidad de reacción?
¿Y si no tenemos plan B? ¿Y si nos negamos a tenerlo? No pasará nada, IMPROVISAREMOS (con calidad, por supuesto); aún tenemos esa capacidad, ejercitémosla, si no, la perderemos.